Divorciada, madre y para completar: ¡hija, hermana y cuñada!


Desconcertada, con el tiempo del mundo en sus manos... y nadie a quien contarle.




viernes, 30 de septiembre de 2011

Beatriz en terapia III

Las enfermeras

Hace, no sé, dos horas o tres que estoy acá, tres o más la verdad que no sé. ¡Qué manera de chismorrear las enfermeras!, debe ser por eso que lo sedan a uno. Bájenme el goteo así abro los ojos y veo a ese doctorcito del que tanto hablan.  Cuenten la novela del canal nueve que la del once yo no la sigo, sigo otra.
   La verdad que no se está tan mal acá, está cálido, que no es poco con la ola polar y además  me pasan algo por el suero que no sé que será pero que me sienta de maravilla. No siento nada, y hace rato no me pasaba esto de no sentir nada: no sentir  las cervicales entumecidas incrustadas en el cráneo; no sentir la espalda como una tabla de picar carne, iba a decir de lavar pero nadie se acuerda de las tablas de lavar, en casa todavía hay una,  a veces la uso para fregar las sábanas de la Cata, para descargar los nervios, otras para tirársela al gato del vecino cuando anda en la copa del sauce espiando a ver si puede bajar y comerse una tortuga.  Si me bajaran el goteo seguro podría mover los pies, girarlos para un lado para el otro para un lado para el otro, hace como cinco años que no sentía los tobillos deshinchados, sin esa sensación de tener una bolsa de agua helada enroscada en cada pie; pero sobre todo hace rato que no sentía esta placidez esta liviandad. Liviandad: ahora que lo pienso me parece que no la sentía desde la secundaria cuando me desmayé en la clase de biología.    También, disección de  rana con rana viva. ¿No me estarán por abrir como a la rana?
¡Miren que escucho! ¡Miren que estoy despierta! ¡Miren que no cicatrizo bien que tolero poco el dolor que no tengo obra social que me van a tener que cuidar ustedes porque los Cuenca son un montón pero para esas cosas desapareeeceeeen!

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Beatriz en terapia II

Estoy despierta

Estoy despierta Mabel y te veo medio rara te veo pero te veo, agradecé que no puedo hablar Mabel, y no le apoyés la manito en  el pecho al enfermera, esa manito perfecta que tenés Mabel, la tenés igualita que cuando éramos chicas, claro si desde que me acuerdo que la metés al agua  únicamente para lavarte la cara.  Te estoy viendo, estaré sedada veo clarito; estoy viendo esas uñas puntiagudas de los ochenta que todavía usás sobre el ambo del enfermero.
Sacá la mano de ahí Mabel que si te ve el Lucho se arma.
—Vaya, vaya señora, así entra otro familiar que ustedes son muchos.
Muchos no, los Cuenca somos una multitud,  y me parece que están todos afuera y si no escucho mal, otra vez se están peleando. ¡Desenchufen ese aparto que  me quiero ir! Me quiero ir a ver el túnel y la famosa luz blanca.   Me quiero ir como la tía Negra cuando se murió un ratito, así yo también tengo algo para contar en los cumpleaños.
­   Dale Mabel, dejá de llorarme sobre el respirador que me vas a mojar los  pulmones.
—Chau Beatriz, recuperate que te estamos esperando, el Lucho te espera para que le hagás el tuco.
¡Andá a limarte las uñas Mabel!

Beatriz en terapia

Primeras horas

Las primeras horas en la terapia no me las acuerdo, lo que sí recuerdo es la voz de mi cuñada que es mala actriz; malísima. Recuerdo que pensé: dale  Mabel andá para tu casa que te vas perder la novela
Yo creí que nos ibas a enterrar a todos, Beatriz, me estaba diciendo ella, mientras se apoyaba un pañuelito descartable en la nariz para que no se cayeran  los mocos encima mío.
Ni loca, con lo que cuesta y con lo amarretes que son los Cuenca. No conozco un Cuenca que deje pagado el cajón. Si hay que andar amontonándolos en el panteón del tatara-abuelo. Hacer esa cosa asquerosa que se llama reducción cada vez que uno se muere porque ya no entra un muerto más pero los Cuenca le siguen metiendo Cuencas adentro. Ahora que lo pienso ni se te ocurra meterme ahí Mabel, no pienso morir pero por las dudas porque uno propone y Dios dispone. Ni se te ocurra Mabel 
—Fuerza Beatriz, no nos dejés.
No llorés que me atraganto con el respirador.
—Señora, su hermana no está tan mal.
Lo que me faltaba, un enfermero solidario. Esa voz la reconozco es la misma que anoche le decía dale mostrame agachate así te veo culito a la de limpieza. No la consolés que Mabel no llora porque estoy acá llora porque va a tener que llevarse unos días a la abuela Cata que.
—No es mi hermana es mi cuñada pero como si lo fuera, doctor,  porque es tan tan
Tan boluda que hace diez años que con el cuento de que nadie hace el tuco como yo le cocino a tu marido todos los domingos, mientras vos te limás la uñas.
—Sufro mucho doctor es que Beatriz es el alma de esta familia
¿El alma? ¿Que es el alma? Y no es doctor es enfermero, ¿no le ves el bordadito? ¿De qué alma hablás Mabel, de la que se va al cielo? Esa no la tengo la perdí con el divorcio junto con los demás bienes gananciales, acordate que me fui sin una bombacha y esto no es una metáfora. Lo único que me pude llevar es la culpa, es que le dije al abogado que no importaba qué pero que algo me tocara que algo me “tenía” que tocar, y me tocó la culpa... y los chicos.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Ferias, libros, escritores y presentaciones

Con la dragón durmiendo, después de la salida del sábado -salida + alcohol, se entiende-, y el pibe enamorado, rondando la casa de su amada -que tiene 14, es decir un año más que él, y a quien le tuve que comprar un regalito de cumpleaños- decidí darme una vueltecita por la feria de libro para ver como pintaba y de paso alejarme unas horas de la Cata y Remedios y su  misa obligatoria de la tardecita del domingo.
Y la feria pintaba que había poca gente y  poco expositores y pocas presentaciones.
Llegué, debo decir, que relajada, hasta diría que feliz, y enfilé derechito hacia la presentación que no se anunciaba en ningún lado pero que concluí que ocurriría viendo el pequeño amontonamiento que se producía en una salita muy blanca y muy agujereada, es decir llena de falsas ventanas y con dos puertas enormes, agujeros estos que la dejaban totalmente expuesta al ruido ambiente -gente, niño -que como todo el mundo sabe no son gente-, libreros -que tampoco son gente son comerciantes y toda clase de cuchicheadores caminadores andadores de domingo
 Llegué con el tiempo justo así que corriendo y a último momento, porque  en medio del hall me abarajó un susurrador, disfrazado de duende, blandiendo un tubo decorado con cintitas y palelitos de colores que interpuso entre mi oreja y su boca para recitarme  me recitó un poema que escuché por la mitad porque el tubo medía como metro y medio y las palabras me llegaban entrecortadas, pero algo con un burro era, espero que no haya sido zoofílico el poema.
Ya en la sala, en los límites de sala, casi en el exilio de la sala, pude ver que en el panel estaban las dos botellitas de agua mineral los dos micrófonos y como no podían faltar, el escritor y el presentador.
Había bastante concurrencia, así que me paré al fondo -porque ya no había sillas libres-, de tal forma que mi oído izquierdo quedó justo en dirección al teatrillo donde, a unos cincuenta metros del SUM (que quiere decir salón de usos múltiples no sé bien por qué porque no tiene lugar más que para la mesita del panel quince sillas y las botellitas de agua mineral). Y esperé...
Resultó que justo cuando el presentador se largó a hablar de las virtudes del escritor y del libro recién nacido, en el teatrillo se largó el cantante con sus músicos. Resistiré cantaba el cantante y yo miraba (porque no escuchaba) lo que el presentador decía. Deduje que serían cosas muy serias porque todos tenían esas caras que se ponen ante las palabras que resuenan serias. Así que mientras los alaridos del cantante que resistía en el escenario me invadían el cerebro, yo intentaba leerle los labios al presentador con la intensión de enterarme del asunto que trataba del libro y con mucho esfuerzo e imaginación, de vez en cuando leía alguna palabra de los labios del joven presentador, palabras como: filosofía, árbol, eterno retorno, Hegel, inundación, Freud, progresismo y otras palabras -que no entendía- pero que me indicaban que,  efectivamente, el libro era,  no solo serio, sino difíciles de comprender.
Al rato, mientras el cantante seguía resistiendo en el escenario, el escritor resistía sentadito frente a la botellita de agua mineral, y yo, resistía paradita en el fondo del SUM observo que se para junto a mí, nada más ni nada menos que el célebre organizador de la presentación (de taje oscuro y corbata) organizador, que además había publicado el libro y que además me conoce desde que éramos chicos y que además se resistía a reconocerme aunque me miraba a los ojos de tanto  en tanto, ocasión que yo aprovechaba para ponerle una de esas sonrisas mías, encantadoras -copiadas con esmero y ensayo de las conductores de la tele- que dicen clarito que algo así como: ¿No me ubicás? si nos vimos la semana pasada y me preguntaste por mamá.
Concluí que el traje de funcionario y el papel de editor son una combinación fatal para la memoria de las personas. O los emboludece, vaya uno a saber.
La presentación terminó. Todos se pararon a tomarse el vinito de rigor y el cantante se dejó de joder justo en ese momento en que habría venido bien un poco de música.
La próxima feria me quedo e casa y me voy a la misa de la tardecita con Cata y Remedios, esa misa que da el cura que es sordo y medio ciego y que también se olvida de qué domingo se trata y se manda el sermón de Navidad para Pascua y  el de san Gerónimo el día de San Cayetano.
Aunque los vecinos le tienen lástima, a mí me parece, me sospecho, estoy casi segura en realidad que el cura que tiene más mañas por viejo que por cura,  más que  sordo y medio ciego, es bastante ladino y mantiene desconcertado al auditorio como estrategia para que sigan yendo. No vaya a ser que se le muden a la iglesia evangélica de la otra cuadra, que por lo que se ve, le está quedando chica al pastor, mientras en la católica entran a sobrar lugares en los bancos y a una no le queda otra que sentarse cerquita y prestar atención para no andar pasando por hereje.