Divorciada, madre y para completar: ¡hija, hermana y cuñada!


Desconcertada, con el tiempo del mundo en sus manos... y nadie a quien contarle.




lunes, 17 de octubre de 2011

Beatriz en terapia IV

El motivo 

—Entonces doctor.
—Entonces señora...
—Mabel.
—Mabel, vaya tranquila que su hermana.
—Cuñada doctor.
No le pongas ese tono de gata Mabel que el Lucho tiene oído de tísico. Te va a matar.
—Su cuñada está acá solo para recuperarse, más por precaución que por necesidad, le diría.      
—Qué bueno doctor.
—Vaya ya va a ver que pronto la tienen en casa.
No quiero ir casa, no me quiero ir a casa doctor, déjenme otro ratito acá y bájeme el goteo así le veo los ojos verdes esos que las enfermeras dicen que tiene.
Definitivamente me siento bien, sobre todo porque yo sé perfectamente que peor estaba afuera,  porque, ahora que me acuerdo, a Sofi la habían suspendido del colegio por repartir preservativos en el patio de la escuela. A la chica se le dio por evangelizar contra el H.I.V y los embarazos indeseados.    Primero sermoneó en la costanera,  entre los eucaliptos, que es donde van todos a embarazarse sin desearlo, después en la plaza y como le sobraron, se cruzó a la escuela.    Las monjas llamaron a la policía y es de lo último que me acuerdo, así que cómo vine a parar acá no sé muy bien algo con el teléfono, con unos gritos que salían del auricular y llegaban a la vereda, me acuerdo porque la vecina vino –una vez más- a ver qué pasaba. La vecina viene a casa a ver si pasa algo al menos una vez a la semana. Decía que recuerdo algo de unos gritos desgañitados pero como los Cuenca se la pasan gritando lo de los gritos no me aporta nada, ni una pista. También me acuerdo de verme las piernas y de la perra entre las piernas, y de unos tropezones. Ya sé, fue algo que me hizo salir corriendo, y no era por la Cata, que desde que no le irriga sale y se pierde, porque yo ya no corro cuando la Cata sale aunque sepa que se va a perder, no corro porque sé que todos la conocen, la conocen el barrio y en otros barrios, la conocen los colectiveros, los ambulancieros del hospital y la policía  y, siempre me la devuelven, sana y salva y tan contenta que hasta  veces dejo la puerta sin llave para que se haga un escapadita.
Estaba en tratar de recordar cómo llegué acá, en que salí corriendo después de una llamada y en que Canela se me escapa y me sigue ladrado y cruzándoseme entre las piernas y... sí, sí, sí: escuche  la voz de alguien diciendo algo, algo  como ¡Cuidado con la…!
Y hasta ahí… cuidado con la. ¿La qué?