Divorciada, madre y para completar: ¡hija, hermana y cuñada!


Desconcertada, con el tiempo del mundo en sus manos... y nadie a quien contarle.




sábado, 30 de julio de 2011

La luna en el sauce

Así le puse a la novela erótica que va viento en popa y en proa también: ya me echaron de dos agrupciones más de escritores sobrevaluados y asexuados así que desde ahora me quedo en casa y me divierto sola.
Recordatorio: Angie está con Felipe, un cliente fijo que tiene. 

 
Me he sentado y me he quitado lentamente las medias, ahora acaricio mis pies. Llevo siempre las uñas de rojo, el rojo contrasta con mi piel y amplifica mi pertinaz palidez. Elevo las piernas, rectas, tensas, hasta que alcanzan la altura de mi cabeza y las acaricio. Comienzo con las pantorrillas, las masajeo suavemente. Después paso a los muslos y empiezo un masaje más intenso. Busco en la cartera una crema humectante y  froto el interior de mis muslos  con movimientos circulares que mi falda oculta. Mantengo la mirada fija en la sombra que se mece.  
   Me levanto, mi mano eleva mi falda, le muestro mis  glúteos;  repentinamente acomodo mi falda que desciende hasta ocultar las rodillas. Felipe cambia de postura, descruza y vuelve a cruzar las piernas. Busca una posición más cómoda. Percibo su inquietud, una energía firme como una flecha  que cruza la habitación hasta clavarse  en mi cuerpo.  Tiene un brazo apoyado en la mecedora, el otro en sus piernas. Percibo el movimiento de la mano que sacude de un modo que conozco bien aunque se esfuerce por hacerlo imperceptible.
   “Subís o te vas a quedar mirándome, me dice dando un par de palmadas sobre las rocas, muy cerca de su pierna. Subo, le contesto.
   Trepo, apoyo las manos y trepo buscando hendiduras, ayudándome con las manos. Algunas uñas se quiebran al contacto con las rocas.   Buen paisaje, escucho.  Un joven ennegrecido por todo el sol y el mar  pasa a la carrera. El pareo vuela empujado por el viento dejando al descubierto el traje de baño, diminuto. Lindo  culo, dice el joven y se ríe y sigue su carrera.       
   Me siento junto a desconocido del que emana un aroma caliente y salado. Veo el sudor, puedo olerlo es suave, está adulterado con el aroma del antitranspirante; creo reconocer la marca, es una de esas que se anuncian como atractivas para las mujeres; tienen razón, esos olores son atraedores jaladores empujadores. Me acerco y lo huelo. Me dejo empujar.
   Huelo los brazos con los ojos cerrados. Aspiro hondo varias veces, él no puede verme así que me siento segura deslizándome desde la muñeca hasta los hombros redondeados y firmes. Abro los ojos y me acerco al cuello. Huelo en la línea donde comienza el cabello crespo, blanco. Percibo en la nuca el olor del agua del mar, también de la sal del sudor y un  dejo del perfume; la combinación de aromas me llama, me incita a lamerlo.  Desciendo con la nariz pegada a la espalda. No puedo contenerme y saco la lengua, no lo toco solo me deslizo por la espalda oliendo, con la punta de  lengua afuera, a un par de milímetros de la piel caliente. Bajo, subo. Me detengo a la altura de la axila, el olor del sudor mezclado con el perfume del antitranspirante me excita nuevamente. Segunda vez, pienso, mientras disfruto de la sensación agradable que me brinda lo que ocurre entre mis piernas. Instintivamente llevo mis dedos a mi vulva, protegida por el género que se ha humedecido.   
   Olés fresca, me dice él, como si el sol no te tocara, y apoya su mano sobre mi rodilla. Es una mano pesada, oscura, áspera. Dura.”
  

viernes, 8 de julio de 2011

Venganzas no; pequeñas revanchas: Siií

Madre me llamó por teléfono para que fuera a la farmacia a comprarle caramelos para la garganta. La farmacia está a doce cuadras de casa -y a cinco de la casa de ella-; la farmacia tiene servicio de cadetería; yo tengo el auto en el mecánico -si otra ves, ¡y qué!-. Madre me abrió la puerta y me dio la toalla a cambio de los caramelos porque llovía a baldes. ¡Hay cierto que vos no tenés el auto!, me dijo. Lo que pasa es que tu hermana está estudiando ella siempre está estudiando porque los licenciados estudian toda la vida toda la vida y viste que el cadete de la farmacia no viene enseguida cuando uno llama. ¿Estás más gorda no?  Tenés que cuidarte sos joven mirame a mí que parezco tu hermana de bien que estoy. ¿Viste que bajé otro kilo no?
A mí me pareció que no le dolía para nada la garganta y también me pareció que arriba del modular había un paquete sin abrir de caramelos. Gracias, era para tener de reserva, me dijo antes de decirme. ¿Ya te vas?, porque yo como tempranito y ya me estoy sirviendo.  

La venganza es mía dijo el Señor, así que mejor dejársela a él, no vaya a ser que una termine como el Conde de Montecristo: con toda esa plata y sin nadie con quien gastarla.
Pero esa es la venganza. Las pequeñas revanchas son otra cosa que Jeová, en su generosidad y misericordia,  nos dejó a nosotras las mujeres, no sé si por lástima, porque tenía miedo de que le boicoteáramos  los planes de poblar el mundo o peor aún, le arruináramos la llegada del Mesías. Por lo que sea, las revanchas nos pertenecen por derecho divino, porque lo dice la Biblia. Lo dice ahí, ahí nomás, casi al comienzo, después de la creación y la expulsión del paraíso;  justo después del diluvio y los diez mandamientos, cuando Jeová le promete a  Abraham un hijo; justo ahí, después de que Abraham, que ya se había cansado de esperar y ya que estaba, con la excusa del heredero se pone a  "engendrar" con Agar, la sierva de su mujer -a la que, dicho sea de paso le llevaba como teinta años, años bíblicos que son más largos-, me perdí con tanta subordinada.
Estaba en que Abraham la pasaba bomba con Agar hasta engendra a  Ismael, que sin saberlo y gracias a la impaciencia del padre -el biológico-, pasaría a la historia no solo como el primer bastardo sino además como el primer resentido.
Ahí empezó todo. Esto no está escrito en la Biblia, solo insinuado, pero se entiende clarito que la mujer esta, la amorosa, la obediente, la sacrificada de Agar, le restregó el asunto de ser madre del hijo de su marido a Sara durante más de una década -trece años para ser exacta-,y ocurrió entonces que Jeová -que como todo el mundo sabe tiene sus tiempos que no son los tiempos de los hombres mucho menos de las mujeres, cumplió la postergada -por buenas razones-  promesa hecha a Abraham. Acá voy a abrir un paréntesis porque intentando engendrar con  la abnegada de Agar, vaya uno a saber si a Abraham le daba el cuero para ocuparse de Agar, de Sara y del reinado de Israel, cosa que yo pongo en duda, porque no es justo endilgarle a Jeová toda la responsabilidad por la tardanza, porque a Abraham le prometió que engendraría con Sara no que se lo iba a regalar al legítimo heredero. ¿Se entiende?.
Siguiendo con la historia: con la promesa en camino y trece años de tragarse a Agar sin chistar, Sara tuvo la oportunidad de devolver los favores recibidos de su fiel sierva, pero se limitó a esperar y a parir al  heredero legal del pueblo de Israel dejando a Jeová las cobranzas por las ofensas recibidas y a Agar con las ganas de convertirse en madre de naciones y reyes -incluido el Rey de reyes-.
El resto de la historia se deduce fácilmente de los hechos narrados -podría decirse que está en el espíritu de la Biblia-: como recompensa por no haberse vengado de Agar, a Sara se le concedió el goce de aquella revancha que ella llamó Isaac, fue así que desde entonces, con la anuencia del Padre, las revanchas descansan en manos femeninas porque después de tanta devoción,  alimentos mal digeridos y parir después de lo cincuenta, nadie ni siquiera el buen Jeová le podía negar a Sara la satisfacción que le produjo  tener entre su manos la berreante revancha -aunque el disfrute fuera pecado mortal-, no fuera a ser que por tirar demasiado del hilo, se cortara, y Sara, en legítimo ejercicio de la venganza, le sacara marica a Isaac, así que, hombre al fin, con su objetivo cumplido, Jeová miró para otro lado -para el lado donde ni con un milagro arreglaba el lío de la doble cabeza que se erguía sobre "su" pueblo-, y dejó que las mujeres se las arreglaran solas con sus cuestiones domésticas con la revancha como arma.
Así que a no desesperar mujeres si la madre de una se la pasa poniéndote de ejemplo a tu hermana, esa hermana a la que consintió -no como a una-; esa hermana que tiene más de treinta y no tiene idea de lo que es lavarse los calzones -no como una que lavaba los propios y los ajenos, sin contar los pisos y los platos-; esa hermana que fue a coro a guitarra a danza a -mientras una estaba haciendo los mandados limpiando los muebles y levantando la ropa de la soga-; esa hermana que ahora es una malcriada con título de Licenciada -no como una que es una bien criada en ejercicio de criada sin título-; esa hermana que no tuvo nada que ver en el asunto pero que lo personifica,  recordándotelo constantemente; decía que si tu madre te la pone de ejemplo, sutilmente, con frases como "no, tu hermana está descansando porque tu hermana TRA-BA-JA porque tu hermana ES li-cen-ciada", no hay que desesperar. Nunca, aunque le amueble un departamento, le regale las joyas de abuela -todas-. No mujeres, ni siquiera hay que desesperar cuando le ponga la casa a nombre de ella y a vos te diga "cuando me salga la jubilación te hago un regalito para que les comprés algo a esos pobres los chicos", porque está en la Biblia y si está en Biblia es tan cierto como si estuviera en Wikipedia: Jeová se reservó la venganza pero nos dejó las pequeñas revanchas,  así que solo es cuestión de sentarse a esperar, en lo posible con los bizcochos con chicharrón lejos del alcance de la mano.
Por lo tanto mujeres: el plato siempre a medio llenar, las canas tapadas, la tetitas para arriba, la panza para adentro  y a no desesperar, porque hay un Dios, porque la revancha es nuestra, pero sobre todo, porque no vale la pena.

miércoles, 6 de julio de 2011

Mi familia: Los Cuenca

...Y sí, es un velorio; es que en los velorios estamos todos, así que aprovechamos y ya que estamos ...

Estudio fotográfico: Minetti-Giannecchini

domingo, 3 de julio de 2011

...y seguí leyendo

..y como hacían un respetuoso y anonadado silencio, incluso habían dejado de masticar las empanadas seguí leyendo. Admito que me llamó la atención que algunos tenían la boca abierta con la empanada adentro y no masticaban, pero era mi moento de gloria, así que entregué por completo a él:
Bebo un sorbo dulce y también ácido y camino hasta el escritorio. Hola Felipe digo; no recibo respuesta. Es raro el momento del saludo, siempre espero que alguna vez Felipe me conteste. Mientras apoyo el vaso donde la madera ha quedado irremediablemente marcada por sucesivos vasos asentados al descuido, siento esa ligera inquietud del que espera.
Camino por la habitación, me muevo como un gato o como una serpiernte, comienzo mi historia retardando las palabras dentro de mi boca, tocándolas enredándolas en mi lengua. Mi voz es un susurro caliente que se dirige hacia Felipe: “Hacía calor. Mucho calor. Era esa hora antes del atardecer, esa hora en que a uno se le aflojan las piernas y se le embota la mente. Él estaba sentado sobre unas rocas planas con las piernas colgando. El agua, al golpear contra el acantilado no llegaba a mojarlo, pero refrescaba el aire. Tenía la vista fija en alguna una lejanía interior. No vio que me acercaba. Yo caminaba por la playa con el pareo sujeto a la cadera. El viento levantaba la tela leve, levísima, dejando ver mis piernas muy tostadas a esa altura del verano. La piel de él también estaba tostada, era un tostado color chocolate, era brillante y oscuro, intenso. Algo en el color, en la textura que se adivinaba en el color me excitó. Esperé que girara la cabeza hacia mí pero no lo hizo, seguía empecinado en mirar el mar, no el mar que mojaba mis pies sino algún otro mar, que yo no podía ver. No podía dejar de mirarlo. El cabello gris, los músculos que podía advertirse habían sido trabajados por años, bajo la piel que comenzaba a aflojarse delatando la edad. Entonces, cuando menos lo esperaba, cuando estaba parada al pie de las enormes rocas que se superponían formando una elevación que apenas sobrepasaba mi estatura, me miró. Tenía los ojos blancos, fue en ese momento que vi el bastón junto a él. “:
Había dejado de moverme, de caminar alrededor del escritorio de escrutar la biblioteca rozando los libros con delicadeza, deteniéndome en los lomos, recorriéndolos con movimientos ascendentes, descendentes, con la mirada vuelta hacia Felipe. Acaricio los libros, miro a Felipe, imagino que puedo ver sus ojos y que puedo penetrarlos con mi mirada. Mi lengua roza un lomo gris con filigranas doradas. La luz irreal lo delata: Felipe está comiéndose las uñas. Me entretengo hojeando un volumen con olor a rancio. Le describo la playa del relato, las montañas, la arena gruesa, el agua verde y espumosa en la costa.

Justo ahí el presidente de la Delegación de Hermandades Americanas de Escritores y Escritoras Santotomesinos Sucursal Santo Tomé se atragantó y todos corrieron en bandada a yudarlo algunos le pegaban en la espalda otros le levantaban los brazos otros le apretaban el estómago, hasta que ocurrió el desastre: el replgue saltó enterito sobre la mesa. Lástima porque venía lo mejor.
Por suerte en el correo tengo una invitación a unirme a la Delegación Santo Tomé de Asociación Mundial de Escritores y Escritoras de Habla Hispana y otra para unirme a lo Escritores y Escritoras Argentinos en el mundo  por la paz y la rima pareada, otra de la Sociedad Internacioal Filial Santo Tomé de las Artes, los deportes y las ciencias (no ocultas), así que sin lugar donde leer no me voy quedar.

Me echaron

Los de Congregación Americana de Escritores delegación Santo Tomé, me inviraron gentilmente a retirarme del grupo  Yo no los entiendo, ¿dónde está la libertad de expresión creativa?
Resulta que entre empanada y empanada el día de café literairio en la chopería Santo Tomé,  donde la Confederación am. de escrit. se reunió esa semana, se me dio por leer una parrafada de mi novela erótica, esa en la que estoy trabajando mientras sigo esperando que me venga el sentimiento de sentirme escritora del que me hablaron en el curso del verano, a propósito, ahora que lo pienso nadie me explicó qué se siente cuál es el sentimiento cómo se manifiesta, a lo mejor ya lo tengo y no me di cuenta; como sea, ese día me cuidé muy bien de comerme la empanada hasta que no pasara mi turno en la lectura. En la Hermandad Am. de Escrit/ras.   leemos, acá debería decir leen porque yo ya no leo y no por voluntad propia, y la cosa es más o menos así: el mozo tre las empanadas, con cerveza o gaseosa ligth eso es a elección, después empezamos (previo sorteo para ver quién va primero) la lectura. De ahí y en el sentido inverso  a las agujas del reloj nos vamos levantando y leyendo, siempre y cuando no estemos justo masticando la esmpanada,  en cuyo caso le cedemos el lugar al excritor/ a del  al lado; eso nos da tiempo a terminar la mastiación e incluso bajarla con traguito de cervez. Lo que pasó fue que yo ni loca aunque tenía unas ganas bárbaras me comía la empanada,  para no empastarme la boca, poque esa semana me había decidido y finalmente iba a leer. Leer mi novela aerótica ¿qué si no?
Cuando llegó mi turno mi compañero de la Soc. Am. de Escr. y Escr. Santotomesinos que estaba a mi lado  del lado inverso a las agujas del reloja se levantó ¡me saltaron! ¡me saltaron! y yo que había dejado que se enfiara la empanada no lo podía permitir así que me levanté a su vez y antes de que mi compñero abriera la boca empecé:
Angie

Camino por una vereda céntrica. Me espera un cliente. Es un cliente fácil, me refiero a que es fácil de complacer. Soy Ana, pero no para todos. Soy Ana para mamá, para Octavio, para Luz; para los clientes soy Angie.
Hay algo en ese nombre: Angie; algo que gusta. No parece verdadero eso da tranquilidad a los clientes. Las mujeres de mi edad no se llaman Angie, se llaman Carolina, Claudia o Susana, a lo sumo Graciela, nunca Angie. Si el nombre de una acompañante es Ángela o Angélica nunca usa Angie con un cliente, usa Monique, o Lizeth o Adéle. Las acompañantes prefieren los nombres franceses porque que para pronunciarlos hay que poner trompita, entreabrir la boca y mover la lengua dentro como si saborearas algo exquisito; además combinan bien con las caídas de ojos, las voces sensuales, y son capaces de provocar una erección con solo soplarlos en la oreja.
Lo que me atrajo de Angie es que da falso, da ángel, da jovencita -perversa- y porque se acerca mucho al mío y eso da peligro; el peligro siempre me ha producido cosquillas en el estómago y eso me gusta, por eso lo busco, por eso lo encuentro.
Volviendo a la vereda por la que camino hasta el edificio de departamentos de la otra cuadra, al cliente de hoy que es fácil: se llama Felipe y es director de escuela, jubilado, también es viudo.
Felipe no tiene hijos, ni amigos, ni siquiera compañeros del club de bochas o del club de pesca o del Centro de Jubilados; solo tiene un gato que desde que lo castró hace vida de perro; y me tiene a mí. Me parece que también tiene una sobrina que lo visita de vez en cuando, pero no estoy segura a lo mejor esa sobrina es otra fantasía, como yo que soy la fantasía del primer y el tercer miércoles del mes.
Hoy es primer miércoles del mes y casualmente Felipe cumple setenta y tres años. Es la primera vez en cuatro años que el cumpleaños de Felipe cae un miércoles en que yo vengo a ser su fantasía. El año pasado un tercer miércoles de mes coincidió con mi cumpleaños, pero Felipe no se enteró y no hubiera hecho diferencia que se enterara. Pero hoy es su cumpleaños así que tengo para él algo especial. Una historia especial.
Felipe le tiene un miedo mortal al contacto físico, a los olores, las texturas, las humedades y al HIV.
Felipe es un regular, así llamo a los que se quedan, quiero decir que se quedan conmigo después de la primera vez que contratan mis servicios.
Los regulares me eligen, me prefieren y me llaman a intervalos regulares de tiempo.
Al principio Felipe me llamaba una vez a la semana, después espació los encuentros cada diez días. Hace dos años que fijó los miércoles, el primero y el tercero del mes, un lapso invariable de catorce días entre un encuentro y otro, aunque el mundo amenace venirse abajo.
Presiono el portero eléctrico, no digo, ni siquiera pienso el piso ni el número del departamento, cuestión de discreción profesional. Cuestión de códigos como se dice ahora, no tengo la menor idea de qué código hablan pero queda bien decirlo así: yo no hablo es cuestión de código.
Con Felipe sí que tenemos un código: cuatro timbrazos cortísimos. Yo presiono el timbre y e inmediatamente, sin mediar cinco segundos, escucho la chicharra que indica que la puerta del edificio cederá si empujo, entonces empujo y la puerta de vidrio cede.
Ya dije que vengo a esta calle, a este edificio bajo y viejo desde hace cuatro años; todavía no me acostumbro a que ocurra, me paro frente al portero eléctrico y leo, no sé por qué siempre leo el nombre de mi cliente, después presiono el timbre, siempre dudo un instante, siempre espero que a los cuatro timbrazos cortísimos siga un silencio y después la chicharra pero no, eso nunca pasa. Me pregunto desde qué hora esperará. Digo, porque mi primera tarea es sorprenderlo, puedo llegar cuando me plazca, así que cambio el horario para divertirme, para crearle expectativa, para pescarlo lejos del portero eléctrico, tal vez en el baño ¿Se comerá las uñas mientras espera? Siempre está comiéndose las uñas ¿Esperará parado, apoyado en la pared de la cocina entre al teléfono interno y el horno microondas? ¿Tendrá horno de microondas?
Me miro en el espejo del recibidor, me veo bien, me arreglo el pelo, las medias dan una tonalidad más oscura a la piel de mis piernas, me gusta, me gustan las pieles oscuras, prefiero los hombres con pieles oscuras.
Me perfumo y sigo camino hacia el ascensor, pienso en la historia que le contaré hoy. Al principio, cuando contar historias era una novedad y pensaba que serían solo una etapa, la primera, de este contrato, me resultaba sencillo inventarlas. Por lo general improvisaba algo entre la planta baja y el piso al que ahora subo, pero después del primer año empecé a escribirlas, y después a corregirlas, y después a repasarlas para actuarlas lo mejor posible. Así fue como me enganché con el grupo de teatro. Por necesidad profesional podría decirse. Como con cualquier negocio en el mío hay que invertir para ganar.
El departamento de Felipe huele a jabón blanco, es un olor mitad a limpio, mitad a grasa. No es nada agradable así que vuelvo a perfumarme antes de entrar, perfumo mi cabello, rocío mis dedos y perfumo mi nariz, aspiro hondo. Los perfumes me encantan, los colecciono. Tengo incontables frascos de múltiples formas que disfruto de una forma inexplicable. Los abro y dejo que el líquido se derrame sobre mi cuello justo detrás de la oreja, lo siento resbalar, recorrer, untar la piel formando hilos se abren una y otra vez hasta formar una red brillante que sobre el pecho, sobre y los senos.
Felipe abre la puerta, ahora que lo pienso nunca he pasado de esta habitación en la que ahora me encuentro, es una sala de estar un tanto cargada, los colores son viejos, los olores son viejos. Los pisos están opacos, las cortinas son de un género que ya nadie usa, los sillones parecen no haber sido renovados nunca, tienen el tapizado gastado y están separados uno del otro por una lámpara de pie; también hay un escritorio, una biblioteca y una mecedora. Todo está muy ordenado y absolutamente limpio, como siempre.
Felipe lleva la mecedora cerca del balcón, la coloca de espaldas a la ventana por donde entra una luz segadora, y se sienta. Aunque sé que él está allí no puedo verlo solo puedo distinguir su silueta. Silueta de Felipe más silueta de mecedora: en conjunto una sombra líquida y monstruosa.
Sé que él tiene todos los sentidos alertas, puestos en mí, en mis piernas, mis pechos, mis caderas, mi pelo que ahora llevo suelto y perfuma el aire de la habitación cuando muevo la cabeza. Lo hago cuando paso cerca de él, tan cerca que puedo escuchar su respiración, a veces tranquila, otras agitada. La respiración lo delata y me avisa. Me informa sobre su cuerpo. Sobre la tirantez en la garganta, la arritmia en el pulso de las sienes.
Y seguí leyendo...

sábado, 2 de julio de 2011

Casarse después de los curenta IV

Mi prima la Vero se casó otra vez y a los cuarenta, la fiesta fue bien sencilla, con un puñado de parientes, de los que viven cerca los que van quedando, y el cura, que pasó por alto lo de la broma del beso y se apareció a comer.
Fue este un casamiento no con dos colas sino con dos tortas porque la envidiosa de mi hermana la soltera se pareció con una mas alta que la que yo hice pero no tan emountillada de azúcar, tampoco tenía los novios de porcelana paraditos sobre un campito de flores. Y mi prima que se había animado a reincidir en el matrimonio, bailó un vals, que  le llevamos a escondidas y repartió ligas y todo venía bien hasta llamó a mi herna para ponerla azul que como todo el mundo sabe se le da a la solterona más deseperada. Yo me reí y madre y mi hermana hace diez días que no me hablan.
   De la fiesta quedó, como de todas las fiestas, algunos restos, esos recuerdos que uno guarda en cajones, la parejita de novios, un puñadito de fotos -las que sacó la vecina parque las que me sacó mi hermana están fuera de foco, la piba hacía foco en el santito de la pared y a los novios los sacó borroneados en todas-, la hebilla a la que le habíamos  pegado perlita por perlita hasta quedarnos sin ojos y   un pimpollo de rosa y amarillo que sobrevivió al ramo. 

Casarse después de los cuarenta III


Mi prima preferida se casó y yo la ayudé con los preparativos, con las flores y el vestido y la torta, pero ahora que lo pienso antes debería hablar de su primer matrimonio pero sería largo y trágico y como buena Cuenca que es le escapa a las tragedias todo lo que puede así  que baste decir que duró diez años y que cuando se fue lo único que llevaba entre las manos era las manos de sus dos hijos.
Volviendo al casamiento, en fin ...los sí quiero, el beso -acá tengo que decir que el cura se olvidó pero mi prima se lo recordó yo escuché clarito la Vero se le planto y le dijo "¿Y el beso? Yo vine por lo del beso". Lo que le contestó el cura no lo escuché y ella tampoco porque estaba besando al flamante nuevo marido- entretanto ... los lagrimones, un par de aplausos y después la caminata en la alfombra roja de la Iglesia, el arroz, el ramo y el cura que nos cerró la puerta en culo porque se tenía que ir  corriendo Dio sabrá a dónde. 
Al rato vino la fiesta, ellos  no querían fiesta, porque no, porque eran viejos, porque hacer una fiesta es un lío, porque no querían poner a la gente en compromiso, pero.... los Cuenca empezaron a organizarse, los tíos se ofrecían a encontrar el local, las tías a decorar, las primas a hacer la torta y los primos sugerían que lo mejor era reservar lugar en un restaurante para ir a la salida de la Iglesia, y que nos quedáramos tranquilos que ellos se iban a ocupar de todo. Entonces no les quedó otra que organizar algo, algo sencillito; no a lo Cuenca como el casamiento de mi hermano el menor, que lo organizó todito mi viejo y ni la novia pudo opinar, si hasta estuvo a punto de elegirle el vestido.
Por esa época padre trabajaba como funcionario municipal y como no le alcanzaba con organizar el tránsito de la ciudad, proyectar la centralización del trámite para obtener el carné de conducir, diseñar el nuevo sentido de circulación de las calles y decirle a mamá qué tenía que cocinar (y cómo) todos los  días, se puso a la cabeza y a la retaguardia del casamiento de mi hermano. Padre planeaba, se hablaba, se preguntaba, se contestaba, hacía participar a la novia sólo para decirle que "a-sí no!" y  estaba convencido de que iba a hacer el mejor casamiento del que Santo Tomé tuviera memoria. Entretanto mi cuñada le ponía las quejas  a mi hermano, la madre de mi cuñada cosía siete metros cola hecha con hileras de vuelitos de quince centímetros de ancho, unos superpuestos sobre otro, una divinura. Definitivamente, esa cola fue lo mejor del casamiento, que comenzó con la entrada de la novia escoltada por dos hileras de colectiveros derechitos con sus unifromes impecables porque mi hermano el menor es colectivero. Mi hermano quería ser militar pero padre se opuso; mi hermano se fue igual al Colegio Militar pero al año lo echaron por llevarse materias, de eso me acuerdo bien porque él estaba desolado. Yo lo había visto estudiar por primera vez en la vida preparándose para el examen de ingreso y para dar una manito hice una promesa, a cambio del aprobado: me fui a Guadalupe ida y vuelta en no me acuerdo qué tiempo record... a lo Cuenca, así que me distendí no sé que en la pantorrilla y me pasé seis meses  calzada únicamente con zapatillas lo que para mí que tenía veinte años y me creía, no sólo una mujer, sino además una mujer elegante era una tragedia. En fin... yo hice seis meses de quinesioterapia y  El Nene entró al Colegio Militar.  La Virgen mi cumplió no se puede negar la que hizo al el pedido fui yo.
Volviendo al casamiento de mi hermano el menor; hasta ahí, hasta la entrada de la novia todo bien, porque después, mi hija que tenía tres años  empezó a correr por la Iglesia cantando a los gritos el payaso plin plin y fue ahí que comenzó el casamiento a lo Cuenca, que después de pasar por la comisaría porque un grupo de parientes chocó en la esquina de Libertad y Sarmiento contra otro grupo de parientes pero de otro casamiento, y juro que yo no era la que manejaba, terminó conmigo llorando mientras miraba televisión en casa porque ese día, la niña de la gran imaginación, estaba parada de milagro porque, nunca, nunca jamás, hasta el día anterior había estornudado siquiera, pero ese día, el día del civil, empezó a estar rara y resultó que se enfermó, con tres años se enfermó por primera vez y hacía picos de fiebre de cuarenta grados y tosía y escupía y echaba mocos.    Antes de ir a la Iglesia le dimos con madre el descongestivo el antibiótico el antifebril y el jarabe para la tos, lo cual hizo que se aguantara la ceremonia, claro que algunos todavía piensan que la intoxiqué cuando se acuerdan del asunto de del payaso plin plin, ¡calumnias!; lo cierto es que no se aguantó la fiesta, así que en mitad de la cena me tuve que volver a casa. A propósito nadie tuvo la decencia de guardarme un pedacito de torta.

Casarse después de los cuarenta II

Mi prima preferida la Vero se casa -por segunda vez y después de los cuarenta- y esta vez se casa por Iglesia así que el Rube está chocho porque no se va a morir sin entrar a la Iglesia del pueblo con una de las hijas vestida de novia y del brazo que es lo único que lo preocupa desde que e jubió hace veinte años. Igual que me a viejo solo que aél no se cumplío se murió suin que se le cumpliera porque mi hermana la casada no está casada está a palomada y yo elegí el civil solo el civil por cuestiones en fin los ex dejan muchas cuestiones ...Desíc que padre se murió pero antes, antes  agonizó ¡Qué días!... las tías llamando a cada rato, mamá que no quería estar en el momento en que “se cortara”, mi hermano el menor que quería que le siguieran metiendo sangre a toda costa aunque el viejo la largaba ni bien se la ponían. Yo, que le sostenía la mano y le decía que no tuviera miedo que yo se la tenía hasta que pasase al otro lado, que San no me acuerdo cual, que también estaba ahí, no lo iba a dejar solo. Es que padre le tenía miedo a morirse, siempre le tuvo miedo a morirse y a que lo enterraran vivo, eso era una obsesión que lo atormentaba bastante así que pidió que lo cremáramos. Pero antes de eso, cuando después de abrirlo y cerrarlo y llevarlo a la sala, yo entré como si nada, como si no me hubiese reprochado mi relación con el de la barba, como si nunca me hubiese dicho lo que me dijo, y le pregunté si no quería que le hiciera un masaje en los pies, que si no le dolían y él me dijo que sí; y al rato, cuando madre me dijo dejá que yo sigo, y él le contestó no dejá que ella sabe; en ese momento, mucho antes de ver cómo lo subían al horno crematorio, en ese momento, supe que siempre, que igual, lo había querido, y más importante que eso, supe que él, me había querido también.
Después vino el entierro con cura y clarín porque a mí se me dio por buscar un militar retirado para que diera el toque de clarín porque padre había sido militar y porque era un sanmartiniano a muerte; y aunque supongo que nadie estuvo de acuerdo y que hasta les habrá parecido ridículo porque padre hacía como veinte años que se había retirado y ni él se acordaba de que había sido militar, ninguno se opuso, ni me dijo, ni siquiera insinuó nada, lo cual demuestra que deben quererme mucho.  Claro que lo del entierro fue después de viajar desde Santo Tomé a La Paz, porque padre había nacido en La paz y allí estaban sus hermanos y allí hizo construir el panteón familiar y ahí lo llevamos. Después lo fuimos a buscar pero esa es otra historia. Lo cierto es que después de las correspondientes deliberaciones democráticas familiares decidimos que ese era el  mejor lugar porque en el cementerio de Santo Tomé iba a estar solo y además se inunda, así que para enterrarlo viajamo, pero a eso ya lo conté.

Casarse después de los cuarenta

Casarse después de los cuarenta es algo que pocos hacen porque después de los cuarenta “uno ya está hecho”, decía padre.
Mi prima la Vero se casa -otra vez y con más de cuarenta-, pero antes. Este asunto de que alguien de el gran paso por segunda vez, me puso a pensar y concluí que los cuarenta son como una puerta hacia el resto de nuestra vida y que esto no pasa inadvertido a nadie, aunque no todos reaccionan igual; los menos perceptivos concluyen que esa revolución interior se debe a  una cuestión de imagen; entonces piden citas con el cirujano plástico y se hacen lolas nuevas, si son mujeres, bueno en su mayoría son mujeres, o se implantan una peluca pelo por pelo si son hombres. Los más perceptivos, neuróticos que le dicen, se avivan; se avivan de que la muerte es eso que se detecta a partir de los cuarenta, antes, la muerte, es la muerte de los demás.
   Lamentablemente pertenezco al segundo grupo, debe ser por eso que después de los cuarenta a mí se me dio por dejar huella, empecé haciendo un balance y como pintaba pérdida decidí hacer un recorrido por lo que, estaba convencida, había sido mi vida, en busca del momento en que había hecho la inversión incorrecta ¿quién si no yo iba a saber acerca de eso?; y empecé, empecé a hablar, a hablar y hablar, hasta que mis hijos me mandaron allí donde mandan los hijos cuando uno habla, por suete tengo el blog y a los de la Congregación Americana de escritores delegación Santo Tomé.
Así que me puse a escribir en un cuadrnito para leer, yo también en las reuniones de la Asos. Am. de Escr. deleg. S.T.   y empecé por mi afortunado nacimiento bajos los afortunados signos zodiacales que ya conocen. Pero nada de eso se me dio, ni la fortuna por ser de acuario, ni lo de divertirse siendo infiel como la cabra, ni lo de elevarse como el condenado halcón; más bien me la pasé más cerca del piso que muchos. Y eso fue por elegir mal, por elegir mal la familia no, porque la familia no se elige, sino por elegir mal el marido, pero a eso lo dejo para más adelante porque la familia está antes, antes en  orden cronológico porque cuando uno nace, ahí cae, ahí entra, ahí lo esperan.
A la familia ya la conocen también . No fue fácil conciliar con esta familia pero se pudo. Ahora que lo pienso no fue para tanto, aunque hubo momentos en que parecía que no había forma de llevarse bien, como cuando  padre  enfermó. El primero en estar enojado y con razón fue él. Cómo no iba a estar enojado si se iba a morir y para colmo lo sabía, sólo faltó que le tatuaran la fecha en la frente. La segunda en orden de intensidad de enojo era madre porque era quien más cerca de padre estaba y por lo tanto la que lo pasaba peor; después, mi hermano el mayor, porque se había empeñado tanto en decirle al viejo se iba a curar que aunque no logró engañarlo ni un sólo día terminó creyéndoselo él; atrás de él  venía yo que andaba peleada con mi viejo, pasando uno de esos períodos sin hablarnos. Es que después de  cinco años de separada del padre de mis hijos había cometido el pecado de meterme con un tipo y el tipo a padre no le gustaba porque tenía barba, y porque, según él,  no tenía dónde caerse muerto, en ese orden. Pero en mi familia las peleas y enojos nunca han alcanzado para separarnos cuando hace falta amucharse así que, con las cosas como estaban, pasábamos la mayor parte del tiempo juntos aunque fuera para pelear hasta que, después de varios análisis sin saber bien qué pasaba,  a padre lo abrieron, lo miraron,  lo cerraron y salieron al pasillo del sanatorio donde estábamos esperando y cuando les preguntamos cómo seguía la cosa, nos dijeron  que nos fuéramos a rezar. Ahí dejamos de discutir y como corresponde nos comportamos  como gente civilizada todo el tiempo que fue posible, es decir hasta que empezaron a caer los parientes, vinieron hasta los parientes que hacía veinte años que no veíamos. Entraban a la casa y ponían cara de acá no pasa nada, para que padre no se de cuenta, supongo, y ni bien el viejo se retiraba a descansar, no porque estuviera cansado sino porque no aguantaba más el teatro, se largaban a llorar en nuestros hombros como Magdalenas. Padre duró menos que el canto del gallo, pero no sufrió, y eso nos sirvió de pobre consuelo cuando, como a padre le gustaba mucho el espectáculo, eligió para morirse el día del padre que de yapa, ese año coincidió con el día de la bandera. No hubo quien no hablara del simbolismo porque el viejo había sido militar y era un sanmartiniano a muerte, a muerte del que se atreviera a tocarle a San Martín.    

viernes, 1 de julio de 2011

Inicio de clases

Empezaron las clases y empezaron las idas y vueltas a llevar y traer a los colegios, a gimnasia, a inglés, a la casa de fulanito para el práctico de ciencias.
Empezaron las clases y empezaron los "por favor ¿me ayudás con esto? Me ayudás con esto quiere decir: haceme la tarea o el trabajo práctico o etudiá por mí y después me contás, así que estoy otra vez en el segundo y en el quinto del secundario.
Empezaron las clases y empezaron los mangazos diarios para  libros,  fotocopias,  meriendas, los almuerzos porque no llegan para después volver a gimnasia y los me llevo que son los que más se llevan.

Empezaron las clases y terminó el curso de escritura no aprendí un carajo y para colmo no me vino el sentimiento así que fui la única que se fue sin ser escritora. Menos mal que pertenezco a la Organización Americana de escritores delegación Santo Tomé, ahí no hay que sentirse escritor para ser escritor ni siquiera hay que leer a los escritores consagrados, es más no hace falta escribir, solo hay que pagar la cuota y aplaudir entre empanada y empanada en los cafés literarios que se llaman cafés pero deberían llamarse almuerzos o cenas o por lo menos tentempié.

Con las clases empezadas tengo tiempo. Si dejo la casa desordenada y no hago los mandados y no le llevo el apunte a Remedios, tengo tiempo, así que estuve pensando en mi novela erótica, por ahora pensando nada más, bueno nada más no, también me estuve riendo mientras pensaba.