Divorciada, madre y para completar: ¡hija, hermana y cuñada!


Desconcertada, con el tiempo del mundo en sus manos... y nadie a quien contarle.




sábado, 30 de julio de 2011

La luna en el sauce

Así le puse a la novela erótica que va viento en popa y en proa también: ya me echaron de dos agrupciones más de escritores sobrevaluados y asexuados así que desde ahora me quedo en casa y me divierto sola.
Recordatorio: Angie está con Felipe, un cliente fijo que tiene. 

 
Me he sentado y me he quitado lentamente las medias, ahora acaricio mis pies. Llevo siempre las uñas de rojo, el rojo contrasta con mi piel y amplifica mi pertinaz palidez. Elevo las piernas, rectas, tensas, hasta que alcanzan la altura de mi cabeza y las acaricio. Comienzo con las pantorrillas, las masajeo suavemente. Después paso a los muslos y empiezo un masaje más intenso. Busco en la cartera una crema humectante y  froto el interior de mis muslos  con movimientos circulares que mi falda oculta. Mantengo la mirada fija en la sombra que se mece.  
   Me levanto, mi mano eleva mi falda, le muestro mis  glúteos;  repentinamente acomodo mi falda que desciende hasta ocultar las rodillas. Felipe cambia de postura, descruza y vuelve a cruzar las piernas. Busca una posición más cómoda. Percibo su inquietud, una energía firme como una flecha  que cruza la habitación hasta clavarse  en mi cuerpo.  Tiene un brazo apoyado en la mecedora, el otro en sus piernas. Percibo el movimiento de la mano que sacude de un modo que conozco bien aunque se esfuerce por hacerlo imperceptible.
   “Subís o te vas a quedar mirándome, me dice dando un par de palmadas sobre las rocas, muy cerca de su pierna. Subo, le contesto.
   Trepo, apoyo las manos y trepo buscando hendiduras, ayudándome con las manos. Algunas uñas se quiebran al contacto con las rocas.   Buen paisaje, escucho.  Un joven ennegrecido por todo el sol y el mar  pasa a la carrera. El pareo vuela empujado por el viento dejando al descubierto el traje de baño, diminuto. Lindo  culo, dice el joven y se ríe y sigue su carrera.       
   Me siento junto a desconocido del que emana un aroma caliente y salado. Veo el sudor, puedo olerlo es suave, está adulterado con el aroma del antitranspirante; creo reconocer la marca, es una de esas que se anuncian como atractivas para las mujeres; tienen razón, esos olores son atraedores jaladores empujadores. Me acerco y lo huelo. Me dejo empujar.
   Huelo los brazos con los ojos cerrados. Aspiro hondo varias veces, él no puede verme así que me siento segura deslizándome desde la muñeca hasta los hombros redondeados y firmes. Abro los ojos y me acerco al cuello. Huelo en la línea donde comienza el cabello crespo, blanco. Percibo en la nuca el olor del agua del mar, también de la sal del sudor y un  dejo del perfume; la combinación de aromas me llama, me incita a lamerlo.  Desciendo con la nariz pegada a la espalda. No puedo contenerme y saco la lengua, no lo toco solo me deslizo por la espalda oliendo, con la punta de  lengua afuera, a un par de milímetros de la piel caliente. Bajo, subo. Me detengo a la altura de la axila, el olor del sudor mezclado con el perfume del antitranspirante me excita nuevamente. Segunda vez, pienso, mientras disfruto de la sensación agradable que me brinda lo que ocurre entre mis piernas. Instintivamente llevo mis dedos a mi vulva, protegida por el género que se ha humedecido.   
   Olés fresca, me dice él, como si el sol no te tocara, y apoya su mano sobre mi rodilla. Es una mano pesada, oscura, áspera. Dura.”
  

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