Divorciada, madre y para completar: ¡hija, hermana y cuñada!


Desconcertada, con el tiempo del mundo en sus manos... y nadie a quien contarle.




domingo, 3 de julio de 2011

...y seguí leyendo

..y como hacían un respetuoso y anonadado silencio, incluso habían dejado de masticar las empanadas seguí leyendo. Admito que me llamó la atención que algunos tenían la boca abierta con la empanada adentro y no masticaban, pero era mi moento de gloria, así que entregué por completo a él:
Bebo un sorbo dulce y también ácido y camino hasta el escritorio. Hola Felipe digo; no recibo respuesta. Es raro el momento del saludo, siempre espero que alguna vez Felipe me conteste. Mientras apoyo el vaso donde la madera ha quedado irremediablemente marcada por sucesivos vasos asentados al descuido, siento esa ligera inquietud del que espera.
Camino por la habitación, me muevo como un gato o como una serpiernte, comienzo mi historia retardando las palabras dentro de mi boca, tocándolas enredándolas en mi lengua. Mi voz es un susurro caliente que se dirige hacia Felipe: “Hacía calor. Mucho calor. Era esa hora antes del atardecer, esa hora en que a uno se le aflojan las piernas y se le embota la mente. Él estaba sentado sobre unas rocas planas con las piernas colgando. El agua, al golpear contra el acantilado no llegaba a mojarlo, pero refrescaba el aire. Tenía la vista fija en alguna una lejanía interior. No vio que me acercaba. Yo caminaba por la playa con el pareo sujeto a la cadera. El viento levantaba la tela leve, levísima, dejando ver mis piernas muy tostadas a esa altura del verano. La piel de él también estaba tostada, era un tostado color chocolate, era brillante y oscuro, intenso. Algo en el color, en la textura que se adivinaba en el color me excitó. Esperé que girara la cabeza hacia mí pero no lo hizo, seguía empecinado en mirar el mar, no el mar que mojaba mis pies sino algún otro mar, que yo no podía ver. No podía dejar de mirarlo. El cabello gris, los músculos que podía advertirse habían sido trabajados por años, bajo la piel que comenzaba a aflojarse delatando la edad. Entonces, cuando menos lo esperaba, cuando estaba parada al pie de las enormes rocas que se superponían formando una elevación que apenas sobrepasaba mi estatura, me miró. Tenía los ojos blancos, fue en ese momento que vi el bastón junto a él. “:
Había dejado de moverme, de caminar alrededor del escritorio de escrutar la biblioteca rozando los libros con delicadeza, deteniéndome en los lomos, recorriéndolos con movimientos ascendentes, descendentes, con la mirada vuelta hacia Felipe. Acaricio los libros, miro a Felipe, imagino que puedo ver sus ojos y que puedo penetrarlos con mi mirada. Mi lengua roza un lomo gris con filigranas doradas. La luz irreal lo delata: Felipe está comiéndose las uñas. Me entretengo hojeando un volumen con olor a rancio. Le describo la playa del relato, las montañas, la arena gruesa, el agua verde y espumosa en la costa.

Justo ahí el presidente de la Delegación de Hermandades Americanas de Escritores y Escritoras Santotomesinos Sucursal Santo Tomé se atragantó y todos corrieron en bandada a yudarlo algunos le pegaban en la espalda otros le levantaban los brazos otros le apretaban el estómago, hasta que ocurrió el desastre: el replgue saltó enterito sobre la mesa. Lástima porque venía lo mejor.
Por suerte en el correo tengo una invitación a unirme a la Delegación Santo Tomé de Asociación Mundial de Escritores y Escritoras de Habla Hispana y otra para unirme a lo Escritores y Escritoras Argentinos en el mundo  por la paz y la rima pareada, otra de la Sociedad Internacioal Filial Santo Tomé de las Artes, los deportes y las ciencias (no ocultas), así que sin lugar donde leer no me voy quedar.

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