Divorciada, madre y para completar: ¡hija, hermana y cuñada!


Desconcertada, con el tiempo del mundo en sus manos... y nadie a quien contarle.




domingo, 1 de julio de 2012

Todo en orden

Todo en orden: el pibe y la piba matándose todo el día, hasta que yo intervengo, entonces se ponen de acuerdo, en mi contra, por supuesto.
Todo en orden: mucha dieta y pocos gramos bajados.
Todo en orden: ardo por un casado más  joven que yo, es negro e intenso como la noche, él ni me mira, así que sufro como una Magdalena, en fin, al menos me recuerda que no soy frígida.
Todo en orden: madre cumplió años y después de decirme que era hermoso el bolso -carísimo- que le compré, fue y lo cambió por una horrible cartera en bandolera de esas que usan las adolescentes; con lo que le sobró compró una hermosa billetera -para mi hermana la soltera, no para mí-.
Todo en orde: el médico sigue insistiendo en que soy bipolar, estuve buscando en internet de qué se trata esto de ser B. y parece que entre otras cosas soy promiscua, ¿será por eso que me calienta el casado? No sé, yo por las dudas sigo con la literatura ...y  como todo está en orden :

Los bipolares son promiscuos

—Los bipolares son promiscuos.
Esa fue la sentencia, pronunciada por  mi analista una tardecita pegajosa y dulzona del mes de abril.  Al principio me había resistido, negado y, después de un  par de meses de seguir sus instrucciones, como me sentía bien, abandonaba el tratamiento sin decirle nada al psiquiatra, al que seguía visitando y mintiéndole. Pero con los años, después de varias recaídas, me había entregado y, cada noche, tomaba la pastillita blanca y también la anaranjada. La blanca para no hundirme, la anaranjada para no volar. Ahora trataba de ver mi vida a través de la sentencia, se puede decir que la revisaba minuciosamente con ojos bipolares: los llantos, los accesos de ira y los amantes.
Los bipolares somos promiscuos.  ¿Entonces no me enamoré todas esas veces? ¿Entonces, no estoy enamorada de él? ¿No muero de deseo por él?
Justo ahora, no hago más que pensar en la cópula: él arriba; él un látigo. Me acuesto solo para pensar en la cópula, cierro los ojos y lo imagino a él sobre mi cara; y me mojo. No me toco, me limito a sentir el líquido tibio resbaloso y el hormigueo acuciante, parlante: “tocate, tocate”.  Pero no, si no me toco prolongo la fantasía y la calentura.
—Son nada más que procesos químicos, en su caso, alterados por un exceso de dopamina, Fanny, ya se lo he explicado. No deje la medicación.
—No.
—Los bipolares son mentirosos.
Otra más, la segunda condena a cadena perpetua, todo lo que digo es puesto en duda, mirado bajo la lupa, desarticulado y cada palabra convertida en un Aleph.

  
Quiero que me  coja, y lo hace. En mis fantasías, cada noche me dice muñeca y me besa. La lengua durísima se mete entre mis dientes y viborea. Se enreda en mi lengua.
Después me dice me volvés loco y me lleva la mano hasta su verga hinchada bajo el pantalón. ¿Ves? Me dice, me volvés loco. Lo que no entiendo es por qué la fantasía se corta justo ahí, no puedo resolver el tema de cómo pasamos a una cama porque el beso es en el parque bajo la luna amarilla y roja de octubre. Es mi fantasía, debería ser fácil resolver el problema, por ejemplo subirnos a su moto, pero mi pelo se enredaría además está el tema de la tierra, en fin, en la moto no. Un auto entonces, pero el mío me delataría,  él no tiene y todo el mundo sabe que los taxistas son indiscretos.
—La delatarían
—Sí, la patente, la gente se darían cuenta, me verían entrar al hotel y sabrían; o el taxista, se lo diría a cada pasajero que subiera y a los otros taxistas, ¿sabés a quién llevé hasta el telo?
—¿En una cuidad de doscientos mil habitantes?
—Todo el mundo me conoce a mí.
—Todo el mundo. ¿Qué mundo?
—Todo, doctor, todo.
—Es su fantasía Fanny.
—Ya sé, ya sé pero no me cierra y se desvanece.
—En su cabeza, Fanny, puede pasar lo que usted quiera.
—Lo quiero arriba loco y ciego como en las novelas.
—¿Por qué cómo en las novelas?
—Porque en las novelas  los hombres son como deberían ser.
—¿Y cómo es eso?
—Como deberían, usted es hombre debería saberlo, pero no, ustedes ni siquiera saben cómo deben ser.
Así que lo siguiente, si pidiese llegar del banco del parque hasta la cama, sería él sobre mí, loco y ciego, balbuceando que lo vuelvo loco y yo concentrada en que le llevo diez o doce años y seguro que su mujer es más joven y más linda que yo y otra vez se desvanece esa cara oscura y esos dientes que asoman soberbios cuando se ríe y sus ojos de fuego negro.
—¿No ha pensado, Fanny, que tal vez no desea realmente lo que cree desear?
—Yo sé que quiero que me coja.
—Coger, interesante expresión para una mujer
—¿Qué esperaba, que dijera hacer el amor?
—¿Por qué no?
—Porque lo que quiero es que me coja.
—Coja.
—Sí, coja.
—Muy bien, dejamos acá. Quédese con  la palabra coja  y también piense: ¿por qué si usted es la autora de su fantasía no puede concretarla?
—Ya le dije, el problema con llegar desde el parque hasta la cama.
—Dejamos acá Fanny.

Fanny dejamos acá, es lo único que saben decir, no saben hacer otra cosa, son especialistas en crear intrigas, en plantear acertijos indescifrables, si pudiera descifrarme no le pagaría una fortuna al mes para  que me descifre o por lo menos colabore desenredando la madeja.
Me salteo el problema de cómo llegar a la cama, ya estamos allí, parados junto a una cama, la de un hotel y lo estoy besando. Le sostengo la cara donde ha comenzado a asomar una barba dura que cuando él bese mis muslos me raspará la piel, que cuando él acaricie y mordisquee el clítoris se hincará en mis labios abiertos como pétalos, como ostras. El clítoris: una perla, el tesoro del pirata. Pero ahora el problema se trasladó a la ropa
—¿Y lo del el auto?,  logró resolverlo por lo que me dice.
—En realidad no, me salté esa parte y fui directamente a la habitación.
—Bien y entonces.
—Sacarse la ropa es un lío. No es sensual, no es romántico.
—Saltéeselo también.
—No puedo.
Lo beso en la boca esa boca áspera y voy desabotonando la camisa. Voy bajando con la lengua, mojándole el vello del pecho tatuado, me excita el tatuaje hasta que lo miro, me aparto unos centímetros y veo las iniciales de su mujer y su hija.
—Es casado.
—Por supuesto.
—¿Por supuesto?
—Claro, un soltero me comprometería, se enamoraría perdidamente de mí y querría que abandonara a mi marido.
—Entiendo. Estábamos desabotonando la camisa.
—¿Quién puede seguir descendiendo hasta el bulto caliente que despide ese calor, ese olor,  si ve un tatuaje con las iniciales de una mujer?
—¿Entonces?
—La fantasía desaparece y volvemos al punto del auto. ¿Cómo llegamos desde el banco de la plaza -desde ese rincón oscuro donde él mete la mano bajo mi falda-, hasta el hotel, en una cuidad donde me conoce todo el mundo.
—Dejamos acá Fanny, piense en esto: a mí me conoce todo el mundo.

Me acuesto, son las diez de la mañana pero no me importa, necesito acostarme y cerrar los ojos para verlo; bailamos. Estamos en una fiesta, un despedida, un aniversario, no sé, una fiesta con música lenta y bailamos. Me muestro tímida y apenas apoyo las manos sobre su hombro, las apoyo como si en lugar de dedos, en la mano tuviera mariposas. Él me dice no te animás ni a tocarme, yo le digo no seas tonto, él ajusta el brazo alrededor de mi cintura y me dice ¿ves? No me puedo acercar, no muerdo, a no ser que me lo pidan; yo le digo no seas tonto; él me dice no voy a besarte, a no ser que vos quieras. Quiero. ¡Quiero! Pero no se lo digo y encima bajo los ojos ¿Le gustarán las tímidas, o las zorras, si me equivoco lo voy a espantar y no quiero que se espante,  no quiero que se aleje quiero que me bese. Como en la novela de la noche, así, con toda la boca cubriendo mi boca, murmurando su deseo enloquecido, quitándome el aire. Pero bajé los ojos y lo alejé
—¿Por qué bajó los ojos Fanny?
—Porque las heroínas del matiné bajaban los ojos.
—¿Y el héroe?
—El héroe la toma por la barbilla y la besa.
—Entonces…¿Por qué en su fantasía él se aleja?
—Es joven, no conoce a las heroínas del matiné.
—Ya hemos hablado de esto Fanny, es SU fantasía; ocurre lo que usted quiera que ocurra.
—Pero en el momento en que la tensión de su brazo en mi cintura cede levanto los ojos y lo invito, con sutileza, y él se acerca, puedo sentir su aliento sobre mis labios, huele bien, una mezcla de caramelo de menta y tabaco que me gusta. Le aspiro el aliento con los ojos cerrados, entonces siento sus labios apoyarse en los míos, moverse lentamente sobre los mío. Asomo la lengua y rozo sus dientes donde su lengua viene asomando y entra en mi boca, abarcándola, la invade toda, no puedo respirar, sus labios me cubren la cara y su brazo es un aro de hierro que inmoviliza mi cintura y mi cuerpo entero contra su cuerpo flaco, fibroso. Mi vulva palpita contra su verga que también palpita, mis flujos pringosos resbalan fuera de mí, los siento mojando mis labios que sé están abiertos, y ahora ¿Dónde hay una cama en una fiesta? ¿Ve usted? ¿Eso de hacerlo parados contra un árbol funciona solo con las flacuchas.
—¿Cuándo va decirme de qué hombre se trata, Fanny?
—No sé.
—Dejamos acá Fanny, piense por qué el objeto de su deseo no puede nombrarse.
—No es objeto es hombre.
—Un hombre incompleto al que se le niega su sexo.
—En las novelas, cuando yo era chica, solo llegaban al beso.
—Buen punto ¿Sabía usted qué venía después del beso?
—No. Después la heroína aparecía con un hijo y él se iba con otra.
—Piense en eso también.
—Al final se quedaban juntos, la mayoría de las veces.


Me acuesto y me toco, busco el bultito sensible y lo froto por sobre la ropa interior, entonces crece, pero no aparto la tela que va mojándose mientras los labios se relajan hacia los costados dejando la entrada roja y untada lista para recibir, palpitando frenética por recibir. Pienso en él que viene entrando, adivina el cuerpito blando, morado, violento y caliente, que deja percibir crujidos intermitentes. Viene entrando, mi boca toca ahora por fin la pared, es la hora irreal es la luz irreal y ese siseo, ese olor único.

—Qué poética Fanny, hemos abandonado la palabra coja.
—En absoluto. Coja, coja, coja.
Somos lobos, dos lobos en celo,  Los dientes las uñas, colgajos  tibios, líquidos, resbalando, hundiéndose en la tierra. El sol en los poros, las pieles enrojecidas de mordiscos, las rodillas hincadas sobre el pasto seco del verano agotador y el mar lejos, lejísimos. Su cuerpo entre la maleza seca hiriente que le desgarra la espalda y las palmas de mis manos. La cara al sol, al ardor del sol que enciende su pelo y el mío, nube, que desprende rayos y agua arrancada de ese mar lejano, agua que corre hasta mi vientre encastrado en el suyo, también de agua, también de piedra.
—Dejamos acá, Fanny.
—¿Por qué?, pago por una hora.
—Paga por una sesión.
—Pago para esto.
—¿Cómo dice?
—Para esto, para que me detenga y corra a masturbarse o mejor aún, para que lo masturbe ¿con mi boca tal vez?
—¡Fanny!
—Dale querido, dale que se nos fue la mano hablando y en cualquier momento llegan los chicos de la escuela.
—Fanny te pintaste la boca de morado, me volvés loco.
—Ya sé querido, ya sé.