Divorciada, madre y para completar: ¡hija, hermana y cuñada!


Desconcertada, con el tiempo del mundo en sus manos... y nadie a quien contarle.




sábado, 2 de julio de 2011

Casarse después de los cuarenta

Casarse después de los cuarenta es algo que pocos hacen porque después de los cuarenta “uno ya está hecho”, decía padre.
Mi prima la Vero se casa -otra vez y con más de cuarenta-, pero antes. Este asunto de que alguien de el gran paso por segunda vez, me puso a pensar y concluí que los cuarenta son como una puerta hacia el resto de nuestra vida y que esto no pasa inadvertido a nadie, aunque no todos reaccionan igual; los menos perceptivos concluyen que esa revolución interior se debe a  una cuestión de imagen; entonces piden citas con el cirujano plástico y se hacen lolas nuevas, si son mujeres, bueno en su mayoría son mujeres, o se implantan una peluca pelo por pelo si son hombres. Los más perceptivos, neuróticos que le dicen, se avivan; se avivan de que la muerte es eso que se detecta a partir de los cuarenta, antes, la muerte, es la muerte de los demás.
   Lamentablemente pertenezco al segundo grupo, debe ser por eso que después de los cuarenta a mí se me dio por dejar huella, empecé haciendo un balance y como pintaba pérdida decidí hacer un recorrido por lo que, estaba convencida, había sido mi vida, en busca del momento en que había hecho la inversión incorrecta ¿quién si no yo iba a saber acerca de eso?; y empecé, empecé a hablar, a hablar y hablar, hasta que mis hijos me mandaron allí donde mandan los hijos cuando uno habla, por suete tengo el blog y a los de la Congregación Americana de escritores delegación Santo Tomé.
Así que me puse a escribir en un cuadrnito para leer, yo también en las reuniones de la Asos. Am. de Escr. deleg. S.T.   y empecé por mi afortunado nacimiento bajos los afortunados signos zodiacales que ya conocen. Pero nada de eso se me dio, ni la fortuna por ser de acuario, ni lo de divertirse siendo infiel como la cabra, ni lo de elevarse como el condenado halcón; más bien me la pasé más cerca del piso que muchos. Y eso fue por elegir mal, por elegir mal la familia no, porque la familia no se elige, sino por elegir mal el marido, pero a eso lo dejo para más adelante porque la familia está antes, antes en  orden cronológico porque cuando uno nace, ahí cae, ahí entra, ahí lo esperan.
A la familia ya la conocen también . No fue fácil conciliar con esta familia pero se pudo. Ahora que lo pienso no fue para tanto, aunque hubo momentos en que parecía que no había forma de llevarse bien, como cuando  padre  enfermó. El primero en estar enojado y con razón fue él. Cómo no iba a estar enojado si se iba a morir y para colmo lo sabía, sólo faltó que le tatuaran la fecha en la frente. La segunda en orden de intensidad de enojo era madre porque era quien más cerca de padre estaba y por lo tanto la que lo pasaba peor; después, mi hermano el mayor, porque se había empeñado tanto en decirle al viejo se iba a curar que aunque no logró engañarlo ni un sólo día terminó creyéndoselo él; atrás de él  venía yo que andaba peleada con mi viejo, pasando uno de esos períodos sin hablarnos. Es que después de  cinco años de separada del padre de mis hijos había cometido el pecado de meterme con un tipo y el tipo a padre no le gustaba porque tenía barba, y porque, según él,  no tenía dónde caerse muerto, en ese orden. Pero en mi familia las peleas y enojos nunca han alcanzado para separarnos cuando hace falta amucharse así que, con las cosas como estaban, pasábamos la mayor parte del tiempo juntos aunque fuera para pelear hasta que, después de varios análisis sin saber bien qué pasaba,  a padre lo abrieron, lo miraron,  lo cerraron y salieron al pasillo del sanatorio donde estábamos esperando y cuando les preguntamos cómo seguía la cosa, nos dijeron  que nos fuéramos a rezar. Ahí dejamos de discutir y como corresponde nos comportamos  como gente civilizada todo el tiempo que fue posible, es decir hasta que empezaron a caer los parientes, vinieron hasta los parientes que hacía veinte años que no veíamos. Entraban a la casa y ponían cara de acá no pasa nada, para que padre no se de cuenta, supongo, y ni bien el viejo se retiraba a descansar, no porque estuviera cansado sino porque no aguantaba más el teatro, se largaban a llorar en nuestros hombros como Magdalenas. Padre duró menos que el canto del gallo, pero no sufrió, y eso nos sirvió de pobre consuelo cuando, como a padre le gustaba mucho el espectáculo, eligió para morirse el día del padre que de yapa, ese año coincidió con el día de la bandera. No hubo quien no hablara del simbolismo porque el viejo había sido militar y era un sanmartiniano a muerte, a muerte del que se atreviera a tocarle a San Martín.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario