Divorciada, madre y para completar: ¡hija, hermana y cuñada!


Desconcertada, con el tiempo del mundo en sus manos... y nadie a quien contarle.




jueves, 2 de septiembre de 2010

Cinco y media

Fue fácil, lo abrí.
¿Y ahora qué escribo?
Mejor empiezo por el principio, al principio, como todos, nací.

De culo al día, un día reconocido por la humanidad como ocho de Febrero, un día del año del Señor de 1.967, una mujer (mi madre) y un forcep, me empujaron y jalaron respectivamente hacia una luz resplandeciente, como quien dice, una luz que mordía los bordes de las ventanas, una luz que alumbraba o se negaba a hacerlo (al mismo tiempo que mordía los bordes de las ventanas) la Vía Láctea, la Tierra, la América del Sur, la República Argentina, la Invencible Provincia de Santa Fe, la pequeña y por entonces todavía pintoresca ciudad de Santo Tomé y sobre todo, decía, que la luz, al tiempo que mordía los bordes de las ventanas, iluminaba, el microscópico universo de mi familia, universo al que fui empujada y jalada, todo a la vez.
Aquella tarde única, seguida de aquella noche única, que pasé dando vueltas y más vueltas, recostada sobre mi hospitalaria cuna, es que el médico había indicado que me voltearan cada media hora para lograr que mi cráneo recobrara la forma perdida provisionalmente en el parto, decía, aquella noche única, rodeada de enfermeras y parientes, arrojadita a empujones a la vida y casi casi a la muerte también, comenzó la historia de mi existencia (o mejor dicho lo que supongo es mi existencia) esa difícil convivencia entre mi cuerpo perecedero y mi alma presuntuosamente inmortal, bajo el ostentoso signo de Acuario, la suerte echada a las patas de la infiel Cabra, según el popular horóscopo de los chinos, y elevada a exaltado destino, por las fuertes alas del Halcón, merced a el histórico horóscopo Maya.

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