Divorciada, madre y para completar: ¡hija, hermana y cuñada!


Desconcertada, con el tiempo del mundo en sus manos... y nadie a quien contarle.




lunes, 13 de septiembre de 2010

Familias grandes

Lo bueno de las familias grandes reside en la calidad y diversidad de sus integrantes, ingredientes ambos, indispensables, para que por uno u otro motivo, siempre alguien ande aliado con alguien para estar momentáneamente disgustado con alguien. Esto, que puede durar entre veinticuatro horas y veinticuatro años, da siempre mucho que hablar; es por eso que los diarios se nos amontonan sin abrir sobre los escritorios, en el ropero de la abuela y en el galponcito del fondo, siempre en ese orden de ruta obligada. Es que las noticias, esas con las que se llenan las páginas de los diarios, nunca son tan interesantes como las que recorren, por teléfono o carta, ahora también e-mail, el territorio nacional de mi familia. Es que somos muchos y además amigos de las distancias, distancias físicas, ideológicas y morales, entre otras. Motivo éste, que nos ha llevado a desparramarnos sin el menor pudor por el país, que, dicho sea de paso, consideramos, cómo decirlo sin que suene a patriotismo (mala palabra ésta en los tiempos que corren), nuestra patria.

Además, las aglomeraciones familiares, siempre se prestan para que se enfrenten toda clase de ideologías, ya sean políticas, religiosas, deportivas, morales o éticas (cosa ésta última, que algunos tenemos, otro no, pero lo guardamos como otro de nuestros secretos familiares).

También, con tanta gente, en mi familia, las diferentes generaciones se enredan, ya que el tío de uno puede llegar a tener la misma edad que uno, así como el primo hermano de uno, la misma de nuestro padre. Entonces comenzamos a llamar tío al primo y primo al tío, creando la primera serie de confusiones para los recién llegados, paridos o entenados, que crecen sin entender demasiado los lazos familiares y hasta sin enterarse de los nombres con que nos hemos ido registrando en este mundo, ya que, salvo alguna que otra excepción (entre las que no me encuentro) todos tienen un apodo, por lo general bastante ridículo, que los acompaña hasta en la lápida.

Lo malo de las familias grandes, es que hay muchos por los que andar sufriendo. Si no se le murió alguien a alguien, se le enfermó alguno a otro, un novio se fue, una repitió el año, alguien no puede embarazarse o, lo que es visto como peor, se embarazó la que no debía; como con la Pochi.

Pochita, mi prima, vivía en la ciudad de Córdoba, donde estudiaba medicina, en tanto su madre, mi tía Mariquita, pregonaba por el pueblo, mientras fumaba cigarrillos que armaba en la casa, porque tener a la Pochi en la ciudad los tenía en la ruina, las hazañas de su hija: “la doctora”.

Con lo que no contaron mis tíos, es que una de esas hazañas llevaría el apodo de Tatu. Ellos decidieron, no por el que dirán, sino para el bien de mi prima, adoptar a la pequeña y que Pochita continuara con sus hazañas en la ciudad, a las que un año mas tarde apodaron Corchito.

Tatu vive tranquila con sus abuelos que piensa que son sus padres y llamando hermana a su madre, mientras nosotras, las otras primas, nos preguntamos si sabrá y se hará la tonta, o si es tonta nomás.

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